Existe un consenso universal en que el conocimiento generado y no transferido es como una analogía de un agujero negro donde la energía en forma de concentración de masa es tan intensa que no permite que se escape nada, ni siquiera la luz que alumbra a los más gloriosos avances que finalmente quedan en el cajón de los recuerdos que nunca más se abre y ahí, poco a poco muere de inanición y de pena.
Varios expertos en análisis de la innovación y transferencia como es el caso de Xavier Marcet, hablan del mal del sobrediagnóstico que afecta a la mayoría de las organizaciones y de forma habitual, porque suele ser este el entorno propio para que se dé el proceso innovador, en universidades y centros de investigación. Nos comenta que existe una tendencia a ese exceso de análisis recurrente porque no sabemos gestionar el miedo que existe al riesgo y a la imposibilidad de entender que los entornos se están volviendo cada vez más complejos.
Lo que es cierto es que el análisis no produce transferencia, nos la pone de manifiesto. Lo que aprendemos como consecuencia de lo anterior nos da la posibilidad de generar conocimiento que se transformará, probablemente, en cualquier cosa que a priori no dudamos de su extraordinario valor. Aquí tal vez hay que incluir el hecho de la complejidad adicional consecuencia de resultados no deseados, o no esperados, o no de acuerdo a lo que habíamos previsto y que con cierta frecuencia ocurre. ¿Qué hacer? Generalmente se inicia un nuevo proceso de análisis y acaban descartándose porque no es lo que debería ser y se pierde el valor de lo aprendido a la inversa. Sin caer en la cuenta de que el mundo está lleno de serindipias.
Esto nos suele llevar a parar el proceso final de la actividad, la transferencia formal, no porque no queramos sino porque no sabemos. Así, lo que hace que no se transfiera no es consecuencia de no haber desarrollado algo útil o inútil (que también tiene el valor aunque sea en forma del precio pagado directa o indirectamente) es que no tenemos las bases para establecer un diálogo fluido que garantice, con éxito, que el conocimiento generado se libere en la misma frecuencia que tiene el receptor. Porque no todo el mundo tiene esa habilidad. Este es el motivos por el cual cada vez más los científicos acaban haciendo divulgación, porque necesitan entrenarse en el arte de la transferencia, ya que sólo saben hablar con sus pares.
Desafortunadamente esto pasa con frecuencia en el mundo de la acuicultura. Y es que es difícil hacer que se hable en el mismo idioma. Habla un y habla otro, pero resulta tremendamente difícil que se comparta, en comunidad, y abiertamente las necesidades con un buen análisis de las carencias. El entorno Clúster posibilita y refuerza, como objetivo primordial y necesario, la transferencia de conocimiento científico, técnico, productivo y estratégico para la mejora competitiva de la industria. No lo es todo, pero es casi todo lo que es.
El esfuerzo que hacemos los que nos dedicamos a esto tiene más que ver con determinar con precisión el idioma en el que se expresa la colectividad y hacer posible el alineamiento de las necesidades, consiguiendo la comunión de la creatividad, la innovación y el enfoque hacia el resultado esperado. No siempre será lo que más guste pero sí que será lo más efectivo.
Jordi Naval, Director de la Fundación Bosch i Gimpera (FBG) de la UB decía en un post reciente que la transferencia de conocimiento no forma parte de la mayoría de los investigadores y que la incentivación de ese proceso debía basarse en que se produjera interacción, de los investigadores, con un determinado tipo de personas, en concreto tres, emprendedores, inversores y empresarios. Ya que no se conocen entre ellos.
Creemos que una transferencia bien hecha no acaba con un entregable, en forma de cualquier documento o device, sino que se produce realmente cuando a ambos lados de la ecuación hay sensación de triunfo y bienestar y florecen las ganas de continuar innovando porque este es un proceso que nunca debería pararse.