En esta semana pasada periódicos y webs diversas se han hecho eco de la declaración firmada en Limasol (Chipre) por la Comisión Europea y los ministros responsables de la política marítima de la UE, en la que se alienta a la “economía azul” y a su gran potencial para generar crecimiento mediante las energías renovables marítimas, el turismo costero, la minería del fondo marino, la biotecnología marina y la acuicultura.
Que los mares y los océanos pueden y deben desempeñar un papel decisivo en la recuperación económica de Europa, es algo de lo que, aunque lo diga Durao Barroso, estamos totalmente convencidos. De lo que no estamos tanto, los que nos dedicamos a ello, es de que se lo crean realmente, por lo menos en cuanto a la acuicultura se refiere.
El apoyo al sector, la reducción de las trabas administrativas y legales, la puesta a punto de una gobernanza efectiva y sobre todo la eliminación de los obstáculos para que la innovación y la investigación sean los motores de la actividad está por llegar.
Vivimos un periodo de ruptura, de cambio de paradigma, de renacimiento, de generación de un nuevo modelo de negocio basado en el “aprovechamiento del potencial de la economía azul”, ojalá sea sí.
Es el momento de aprender rápido, de tomar decisiones auténticas y arriesgadas, pero bien medidas y baratas, de aprovechar la oportunidad, de decidir en qué invertir y cómo, pero de hacer algo, de fracasar y de aprender del fracaso para evitar seguir cometiendo errores.
Con la acuicultura nos hemos equivocado, y mucho, hemos cometido muchos errores recurrentes, se han tenido fracasos enormes y parece que nos cuesta aprender, sin embargo hay una persistencia inmensa en creer en esta actividad, en su capacidad de generar riqueza y empleo, en la inevitabilidad de su futuro, en la necesidad de que sea lo que ya es, pero mucho mejor, mucho más fácil y mucho menos arriesgada.
Un compañero me comenta “que nos adelanten el dinero ya, que sabemos hacerlo”, seguro que muchas empresas están pensando lo mismo.